Escritura
pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa.
Este texto es parte de la parábola del Sembrador. El sembrador salió a sembrar y una parte de la semilla cayó junto al camino, otra parte cayó en pedregales y otra parte cayó entre espinos y los espinos crecieron y la ahogaron y no dio fruto. de este último habla nuestro texto. Son aquellos que oyen la palabra sin embargo tres cosas ahogan la palabra que fue sembrada y la hace infructuosa. En primer lugar, los afanes de este siglo. en otras palabras, cualquier clase de distracción que se pueda presentar en nuestros días. Vivimos tiempos en que la mayoría de las personas vive tan preocupada y afanada por asuntos temporales y esto se evidencia en las respuestas que nos dan cuando les invitamos a la iglesia. Cuántas veces no he escuchado decir “no puedo ir porque tengo que trabajar en mi negocio” o “no puedo ir porque el domingo es el día en que tengo que lavar mi ropa” o “no puedo ir porque estoy haciendo una maestría” aunque todas estas cosas en sí mismo no son malas, son desastrosas, viles y una puerta al infierno si las prefieres antes que escuchar las verdades preciosas de la palabra de Dios, las cuales no solo pueden abrir tu mente sino tu corazón al arrepentimiento y fe en Jesucristo. En segundo lugar, el engaño de las riquezas. La riqueza es astuta y mentirosa, promete al hombre felicidad, esperanza y satisfacción, por tal motivo el hombre se afana y dedica horas, días y los mejores años de su vida para conseguirlo, sin embargo, al final se da cuenta que aquello que tanto buscaba no puede llenar el vacío de su corazón, es más ha sido solo como un velo que le impidió apreciar la belleza del evangelio. Benjamin Franklin en uno de sus discursos dijo lo siguiente “El dinero nunca hizo a un hombre feliz ni lo hará. No hay nada en su naturaleza que pueda producir felicidad. Cuanto más tiene un hombre, más quiere. En vez de llenar un vacío, lo crea. Si satisface un deseo, dobla o triplica aquel deseo en otra manera” Y en tercer lugar las codicias. La codicia es el deseo excesivo o intenso de tener lo que le pertenece a otro. El espíritu de codicia dice a gritos “yo tengo que poseer tal cosa para ser feliz y mientras no lo tenga viviré descontento” ¿Cuántas personas en el día de hoy viven amargadas, quejándose y maldiciendo a Dios simplemente porque no tienen lo que otras personas tienen? ¿Cuántas parejas en el día de hoy se casan y desean tener en dos años lo que a sus padres les tomo la vida entera conseguirlo? Para ello utilizan al falso Dios del crédito y se esclavizan por 20 a 30 años intentando pagar algo que no pueden y que los lleva a olvidarse de su familia, de sus amigos e incluso de Dios mismo. Alguien dijo “dentro del corazón humano hay un vacío infinito que solo un ser infinito puede llenar y ese es Dios” Si no tienes a Dios en tu corazón a causa de los afanes de este siglo, del engaño de las riquezas p de las codicias, porque no haces la oración que A.W. Toser hizo un día, aquella oración que dice “padre ansío conocerte, pero mi cobarde corazón teme dejar a un lado sus juguetes, no puedo deshacerme de ellos sin sangrar interiormente, y no trato de ocultarte el terror que eso me produce, vengo a ti temblando pero vengo, te ruego que arranques de mi corazón todo lo que ha sido parte de mi vida para que tú puedas entrar y hacer tu morada en mí, sin que ningún rival se te oponga, entonces harás que tu estrado sea gloriosos y no será necesario que el sol derrame sus rayos de luz dentro de mi corazón, porque tú mismo serás mi luz y no habrá más noche en mí, te lo imploro en el nombre de Jesús. Amén. Dios los bendiga Corpus Unum.
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