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La Armadura de Dios
Cada Creyente Es Un Soldado
Pastor - Ricardo Robinson
(Centro De Vida)
Aired on Jul 01, 2022
Jun 27, 2022
Duración:
00:14:31 Minutes
Vistas:
13

Escritura

Mateo 12:30; Lucas 14:31-32.

El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama. Mateo 12:30 ¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? 32 Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz. Lucas 14:31-32

Hemos llegado al último estudio de esta serie sobre la armadura de Dios. Hemos visto que, si queremos ser victoriosos en la batalla contra Satanás, tendremos que llevar puestos la armadura de Dios. ¿Y qué sucederá si no nos ponemos esta armadura? Lo que sucederá es que no tendremos el poder de Dios en nuestras vidas, y viviremos una vida derrotada. Quizás tú en estos momentos, estás diciendo: “Pero te equivocas, hermano Ricardo. Te equivocas porque yo soy neutral. No estoy metido en esta batalla”. Pues déjame decirte que el que se equivoca eres tú; todos estamos metidos en esta batalla; todos somos soldados. Claro está, que hay soldados buenos y hay soldados malos, hay héroes y hay traidores, hay ganadores y hay perdedores; pero todos estamos involucrados. Quieras o no, tú estás bien metido en esta batalla. Jesús mismo dijo, en Mateo 12:30, “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama”. Si tú nunca has recibido a Jesús como tu Salvador, entonces no eres de su ejército; y si no eres de su ejército, entonces eres del ejército de Satanás, porque en el reino espiritual sólo hay dos ejércitos y tú, estás en uno de ellos.   Lo único que uno tiene que hacer para estar en el ejército de Satanás, es cometer su primer pecado. Para estar en el ejército de Dios, uno tiene que arrepentirse de sus pecados y recibir a Jesús como su Salvador. Claro está, que, en ambos ejércitos, hay soldados entregados y soldados que no son entregados. Visten el uniforme, pero odian salir a guerrear. Esto estaría bien si estás en el ejército de Satanás, pero no está bien para el soldado de Dios. Pero sí hay soldados en el ejército del Señor que son salvos por la gracia de Dios, y tienen vida eterna, pero que han dejado de pelear. Aún están en la batalla, pero han dejado de luchar, dejando todo el peso sobre sus compañeros, quienes siguen ardientemente contra las puertas del infierno. ¿Qué es lo que ha sucedido? Bueno, hay varias cosas que puede haberles pasado. En realidad, existen dos motivos primordiales por los cuales el soldado de Jesús deja de luchar. La primera razón la encontramos en una enseñanza del señor Jesucristo, en Lucas 14:31, dice: “¿Qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz”. El incrédulo ve que su forma de vivir, lo lleva directo al infierno; se da cuenta que su única salida es Jesucristo. Acepta a Jesús como Salvador, y el Maestro Divino le da vida eterna, así como prometió hacerlo. Ahora el incrédulo es creyente en Jesús; ha nacido espiritualmente y es una nueva criatura. Es ahora un soldado en el ejército de Dios; está alegre y listo para salir a la lucha para ganar y salvar a otros de su destino en el infierno. Pero ahora se enfrenta al enemigo, y el enemigo se ve poderoso. Se lanza contra Satanás, pero no se ha puesto toda la armadura. Rápidamente se retira al cuartel. En este momento se da cuenta de que no va a poder pelear con la carne. Tendrá que pelear espiritualmente, y eso significa entregarse por completo a la voluntad de Dios, estudiar la Palabra, pasar mucho tiempo en oración y llevar una vida disciplinada. Sabe que, si no hace esto, no va a ganar. Nuevamente piensa en el enemigo y en su poder. El enemigo viene a él y le dice: “Esto no va a ser fácil, yo te voy a quebrar”, y es entonces que el creyente le dice: “Mira, hagamos un trato, tú déjame en paz a mí, y yo no te molestaré a ti”. Y hace exactamente lo que enseño Jesús, sólo que no sabe que el perdedor es él, pues no podrá levantar su cabeza, está derrotado cuando podría ser victorioso. La segunda razón por la cual el soldado deja de luchar, la encontramos en 1 Corintios 9:24-27, Pablo nos habla de una competencia, y de cómo el que compite tiene que ser constante y no perder vista de la meta; leamos: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno sólo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha de todo se abstiene, ellos a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea al aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldos para otros, yo mismo venga a ser eliminado”. Muchos soldados pelean bien y son ejemplos para otros. Luchan días tras días, pero al pasar el tiempo miran la falta de interés de sus compañeros, ven como las personas por las que están luchando se ríen de sus esfuerzos, y pierden la visión de la meta y el propósito, y dejan de estudiar la palabra, dejan de orar, dejan de testificar, y, por último, se detienen a descansar. Al tiempo sus espadas se vuelven sarrosas y habiendo sido una vez, heraldo para otros, ellos se quedan atrás. ¿Qué es lo que debiera animar al soldado a seguir adelante en la obra del Señor? ¿Por qué debiera continuar en la lucha, hasta el fin? Permítame enfatizar sobre en el hecho de que no es para conseguir o mantener su salvación. La salvación es por gracia y no por obras. Yo te digo que lo que hace que yo siga en la lucha, es el agradecimiento que tengo. Mira de dónde el Señor me ha sacado, mira el amor que me tiene; tanto que, estuvo dispuesto a dar su vida para rescatarme del infierno, y eso es lo que me anima a mí. Quisiera pensar que yo haría cualquier cosa por mi Señor, y ojalá así sea. Pero hay otro motivo que podría animar al soldado de Jesús, y el motivo es: rescatar a otros y recibir recompensas. Mateo 16:27, nos enseña que: “El hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras”. 1 Corintios 3:13 y 14, dice: “La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la aprobará. Si permaneciere la obra de alguno, recibirá recompensa”. Quiero para terminar que leamos en 2 Corintios, capítulo 5, versículo 10, y escucha bien: “Porque es necesario (hablando a todos los que hemos sido salvos por fe en Cristo) que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo”. Algún día tú y yo, como soldados en el ejército de Dios, nos pararemos frente a nuestro líder para recibir recompensas, conforme a la manera en que peleamos en la batalla espiritual, que se está llevando a cabo, en estos momentos, aquí en el mundo. ¿Cómo estás peleando tú? Mi hermano, debes levantarte y ayudar en el movimiento, para engrandecer el reino de nuestro Señor. No puedes descansar, no puedes quedarte en el cuartel. Tienes que ayudar en esta lucha. Cientos de personas mueren y van al infierno diariamente. Nosotros tenemos que librarlos del ataque de Satanás. Vamos a orar. Padre, hemos llegado al final de nuestro estudio sobre tú armadura, pero pido que esto no sea el final, sino el comienzo de un despertar en nuestras vidas. Padre, tenemos una responsabilidad enorme, ayúdanos a cumplir con honor nuestro deber como soldados cristianos. Te lo pido en el nombre de Jesús. Amén.

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