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Sobreedificando
Sobreedificando - Parte 3
Paul Tinoco Huaraca
(Centro De Vida)
Duración: 00:05:17 Minutes
Listens:
4
Aired on Ago 28, 2019

Escritura

Jeremías 23:2

Por tanto, así ha dicho Jehová Dios de Israel a los pastores que apacientan mi pueblo: Vosotros dispensasteis mis ovejas, y las espantasteis, y no las habéis cuidado. He aquí que yo castigo la maldad de vuestras obras, dice Jehová.

En los tiempos bíblicos, casi todo el mundo estaba familiarizado con el oficio de pastor. La función que un pastor tenía era apacentar al rebaño, alimentarlos de manera adecuada, protegerlos de los depredadores, buscar a las que se habían extraviado, asistir a las ovejas en el parto y cuidar de los corderitos. Muchos escritores entre ellos Jeremías utilizaron metafóricamente la imagen de un pastor para representar al hombre que tiene la responsabilidad de cuidar y guiar a su pueblo. Sin embargo ¿qué había pasado en la nación de Israel, que causó el furor de Dios? los líderes entre ellos los reyes, los gobernadores, los dirigentes civiles, los profetas y los sacerdotes en vez de cuidar y guiar al rebaño simplemente se dedicaron a destruirlo. Todo líder en Israel era tan valorado y tenía tanta influencia, que, si uno se arrepentía de sus pecados y guiaba al pueblo a honrar al Señor, todo el pueblo le seguía; sin embargo, si este desechaba los mandamientos y las ordenanzas establecidas por Dios, todo el pueblo se desenfrenaba y se deleitaba en la maldad. Esta es la razón por la cual Dios emite un juicio especial sobre aquellos que lideran a la nación y la culpa de tres cosas. En primer lugar, de dispersar a las ovejas del Señor, en segundo lugar, de espantarlos y en tercer lugar de no cuidar de ellas. A consecuencia del pecado, irresponsabilidad, negligencia y malvado corazón de estos líderes guiaron al pueblo a la destrucción y al castigo de Dios sobre ellos. Fueron destruidos y saqueados como nación y dispersados a su suerte a naciones paganas como Babilonia y Egipto. Los líderes de Israel no eran dueños de las ovejas para tratarlos como les plazca sino simplemente administradores de lo que Dios les había encomendado. Esta es la razón por la cual Dios reiteradamente dice en el texto “mi pueblo, mis ovejas” las ovejas pertenecían a Dios y debían de ser tratadas y cuidadas de la mejor manera. Sin embargo, no lo hicieron, y como tal eran responsables de todo el mal que estaban experimentando. Se cuenta de un niño japonés que se llamaba Hiroyasu a quien su mamá le compró un carnero y una oveja. Como la oveja procreaba anualmente dos crías, el rebaño fue aumentando. Para cuando el niño cumplió 12 años, ya había doce o trece animales. “Un mañana temprano, mientras estaba todavía en la cama, oí balar las ovejas —recuerda él—. No salí enseguida ya que tenía mucho sueño. Cuando por fin lo hice, vi una jauría salvaje que huían, dejando a mis corderitos todos destripados. Desesperado, busqué a la madre. La encontré en un charco de sangre todavía respirando. Solo se salvó el carnero. Quedé con el corazón destrozado. Debí haber salido tan pronto como oí los balidos. El rebaño se hallaba indefenso ante el ataque de los perros.” Que esta triste historia no se repita en nuestras vidas, Dios nos ayude a ser buenos líderes y pastores de su pueblo. A dar un buen testimonio y ser ejemplo de la grey, a interesarnos en las necesidades y problemas que los demás estén enfrentando, a protegerlos de falsas enseñanzas que lo único que desean es corromper su alma, a alimentarlos continuamente de la palabra de Dios, a guiarlos por el camino de la rectitud y a ir en busca de los que se han extraviado. Dios los bendiga. Corpus Unum.

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