Escritura
Guardad, pues, con diligencia vuestras almas, para que améis a Jehová vuestro Dios.
Josué siendo ya viejo y avanzado de años llamó a todo Israel, a sus ancianos, sus príncipes, sus jueces y sus oficiales y les recordó todo lo que Dios había hecho por ellos, de cómo había peleado por ellos y de cómo había repartido entre ellos toda la tierra prometida. Sin embargo, la tarea todavía no estaba finalizada, todavía había que expulsar a los cananeos que quedaban, sin embrago no había nada que temer ya que Dios estaba con ellos, así que lo mejor que ellos podían hacer es simplemente esforzarse y obedecer a la voz de Dios. Es en este contexto que Josué dice a su pueblo “guardad, pues con diligencia vuestras almas” La palabra guardar significa cuidar, proteger o custodiar. ¿Qué tenemos que guardar? Nuestra alma o corazón. Tenemos que protegerla del enemigo quien intenta cada día arrebatar todo lo que Dios sembró en nuestras vidas ¿Cómo lo vamos a lograr? Así como alguien cuida una planta regándola cada día para que esta crezca sana y saludable, de la misma forma el creyente debe cuidar su corazón regándola con el agua de vida que es la palabra de Dios. Esto no será una tarea fácil, requiere diligencia. Una persona diligente es alguien que pone mucho interés, esmero, rapidez y eficacia en la realización de un trabajo. Dios nos insta a actuar de esa forma. Satanás, el mundo y la carne intentarán con todas sus armas desviar nuestra alma y corazón de Dios, sus dardos irán directos a nuestro carácter, personalidad, voluntad, sabiduría, pasiones y deseos, ante ello es nuestro deber hacerle frente. ¿Cuál es el propósito de todo esto? Dice el texto “para que améis a Jehová vuestro Dios”. uno no ama a Dios simplemente porque dice amar a Dios, uno lo ama cuando se esfuerza en obedecer y hacer la voluntad de Dios cueste lo que cueste. Se cuenta que cierto día meditaba en su cuarto de estudio un predicador, buscando una ilustración sobre el amor. De pronto entró en el cuarto su hijita pequeña, diciendo: -Papá, siéntame un poco sobre tus rodillas. -No, hijita, no puedo ahora; estoy muy ocupado-contestó el padre. -Quisiera sentarme un momento en tus rodillas, súbeme, papa-dijo ella. El padre no pudo negarse a una súplica tan tierna, y tomó a la niña y la subió a sus rodillas, y dijo: -Hijita mía, ¿quieres mucho a papá? -Sí que te quiero –contesta la niña-, te quiero mucho, papá. -¿Cuánto me quieres, pues? –preguntó el padre. La niña colocó sus manecitas en las mejillas de su padre, y apretándolas suavemente, contestó con afecto: -Te quiero con todo mi corazón y con mis dos manos. Esta respuesta encerraba en pocas palabras lo que debe entenderse por una dedicación completa, y dio al predicador el ejemplo que buscaba. Así es como debemos de amar a Dios, con nuestras palabras y alabanza todos los días, pero también con nuestro esfuerzo y dedicación por guardar y obedecer todos sus mandatos. Dios los bendiga. Corpus Unum
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