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¿Que Debo Hcer? Parte I
Estoy Amargado
Pastor - Ricardo Robinson
(Centro De Vida)
Aired on Oct 21, 2022
Oct 16, 2022
Duración:
00:14:32 Minutes
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3

Escritura

Efesios 4:26; Hebreos 12:14 y 15.

Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo. Efesios 4:26 Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. 15 Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados. Hebreos 12:14 y 15

Efesios 4:26 nos dice “Airaos, pero no pequéis; o se ponga el sol sobre vuestro enojo”. El enojo es algo natural, alguien nos hace algo que no nos gusta, y nos enojamos, pero llega un momento cuando el enojo se pasa de sus límites. Llega un momento cuando el enojo se convierte en pecado. Llega un momento cuando en vez de controlar uno su enojo, el enojo lo controla a uno. Es en este momento que la persona se siente amarga, y nuestro mundo hoy día está lleno de tales personas. Jesús se enojó, hubo un día cuando iba para el templo y al entrar observó que la gente estaba haciendo negocio en el día del Señor. El templo más bien parecía un mercado en vez de un lugar de adoración. Había personas vendiendo bueyes, ovejas y palomas. Había personas cambiando monedas. Al ver aquello, Jesús se enojó, hizo un azote de cuerdas y sacó a todos volcando las mesas y diciendo “¿No está escrito, mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Más vosotros la habéis hecho cueva de ladrones”. Al tomar esta acción, lo religiosos querían matarle, pero no se atrevían por el momento, quizás porque sabían que Jesús tenía la razón. Pero lo que yo deseo que observemos hoy, es el hecho de que el enojo no es pecado sino hasta el momento en que llega a controlarlo a uno y uno pierde la razón. También es muy importante tomar en cuenta las razones por las cuales uno se enoja. El enojo de Jesús en ese día no era con una persona en particular, no se enojó por lo que le hacían a Él. Jesús se enojó porque observó cómo la gente se había dejado influenciar por Satanás para convertir la casa de su Padre en un lugar de negocio. Jesús se enojó con el pecado de las personas y los corrigió. ¿Tenía derecho de hacerlo? Claro que sí. Era la casa de su Padre, corrigió el problema, y siguió adelante con su ministerio. No es pecado que los cristianos nos enojemos con las injusticias que se cometen en nuestro ambiente. Debemos luchar en contra del alcoholismo. Debemos luchar en contra del aborto. Debemos enojarnos con las drogas que están asesinando a nuestros jóvenes. Debemos sentirnos molestos cuando la mafia, las cantinas y lugares de prostitución, tienen menos restricciones para operar que las iglesias. Debemos luchar para corregir esos errores, pero al mismo tiempo, debemos tener cuidado de no perder la cabeza. Recuerde el texto “Airaos, pero no pequéis”. Y esto nos trae a la pregunta: ¿Y cuándo es que el enojo se convierte en pecado? Se convierte en pecado cuando se sobrepasa y nos convierte en personas amargadas. Escucha lo que nos dice Hebreos 12:14 y 15 “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien, no sea que alguno dejede alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados”. Yo conozco a muchas iglesias que han dejado de servir a Dios porque tienen amargura en sus corazones. Están tan preocupados en destruirse los unos a los otros, que no tienen tiempo para presentar el evangelio del Señor Jesucristo. Y aunque lo hicieran, no serviría de nada, pues la gente notaría con más rapidez la amargura que el amor. Lo grave del asunto es que la amargura es bien contagiosa. La amargura es dañina, muy dañina, y esto es lo que deseamos compartir hoy en nuestro estudio. ¿Qué debo hacer cuando me siento amargo? Quiero darles tres pasos, que siento, que nos van a ayudar con la amargura que puede intentar arraigarse en nuestras vidas. En primer lugar, pienso que las personas deben reconocer a la amargura por lo que realmente es: la amargura es pecado. La Biblia nos exige a expulsar la amargura de nuestras vidas. Efesios 4:31 dice: “Quítense vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia”. Cuando hablamos de amargura, estamos hablando de un resentimiento que se ha prolongado en nuestra vida. Estamos hablando de un espíritu que rehúsa la reconciliación. El enojo, por otro lado, se refiere a una explosión impulsiva. Esto sucede cuando de repente vemos que alguien grande abusa a un niño, no es premeditado, pero la amargura es meditada, re meditada y requeté meditado. Y lo peor que no desea la reconciliación, sino que desea la destrucción del considerado enemigo. Lo que la amargura busca es venganza, y en realidad no importa con quién. La amargura siempre buscará el desquite, pero un desquite a escala más grande. La amargura no busca ojo por ojo, o diente por diente, la amargura quiere los dos ojos por uno, y quizás la nariz y una oreja también. ¿Por qué? Porque la amargura es exagerada. ¿Nunca has visto y oído una discusión entre dos personas amargadas? Al irse una de ellas siempre la historia de la otra es totalmente exagerada. Quizás una de las personas le regresa un libro a la otra, y al irse la persona amargada que tiene el libro en sus manos dice “¿Te diste cuenta de cómo me lanzó el libro? Si no pongo las manos, y lo agarro, me hubiera dado en la cara”. Lo que pasa es que la amargura está en control de la persona, y eso no es nada bueno, es pecado. ¿Y qué debe hacer uno cuando ha pecado? Pues confesarlo a Dios como nos lo dice 1 Juan 1:9, debemos pedir perdón por nuestra amargura, y pedirle a Dios que nos quite la amargura de nuestras vidas. En segundo lugar, se debe intentar no lastimar a otros. Efesios 4:32 nos dice: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros”. Si uno no es comprensivo y de tierno corazón, difícilmente podrá llevar a término su ministerio para Dios aquí en la Tierra. Uno debe aceptar a las personas, así como son y no como uno quisiera que fueran. Uno de los errores más comunes que tenemos los humanos, es el de querer humillar a otros para ser enaltecidos. Esta técnica puede ser desarrollada de muchas diferentes maneras, pero el resultado es siempre igual: un corazón quebrantado. La conducta de una persona con otra, debe ser una conducta de compasión. Nuestro deber es ayudar a las demás personas, no hundirlas. En hacer esto, a veces nosotros tenemos que humillarnos delante de otras personas para poderles ayudar, y es aquí donde más nos cuesta debido a nuestro orgullo. Yo creo que la cosa más difícil que he tenido que hacer, es pedirle perdón a una persona a quien no le había hecho nada. Salí de esa situación con una gran cicatriz en mi corazón, pero fue una buena lección para mí del tremendo amor de Dios. Nosotros le quebramos el corazón cuando nos alejamos de Él debido a pecado. Él tenía todo derecho de dejarnos morir en nuestros pecados, sin embargo, Él tomó la iniciativa, Él tomó el primer paso para la reconciliación: envió a su Hijo a la cruz. Él hizo lo correcto, en vez de lastimarnos para enaltecerse. Nos ayudó. En tercer lugar, debemos practicar el perdón. Debemos aprender a practicar el perdón con aquellos quienes nos han herido, aun sin que ellos nos pidan perdón. Esto es necesario para que no crezcan en nosotros sentimientos de amargura. Efesios 4:32 nos dice: “Antes, sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como también nos perdonó a vosotros en Cristo”. Pero ¿Qué si la otra persona no quiere mi perdón? Bueno, eso es problema de la otra persona. Sabemos que todos pueden recibir el perdón de Dios si solo reciben a Cristo Jesús. ¿Pero sabes qué? Muchos rechazan el perdón de Dios, pero eso es problema de ellos. No podemos hacer que las personas reciban nuestro perdón. El asunto es que, si nosotros no perdonamos, crecerá en nosotros el asunto de la amargura y eso es dañino a nuestro propio bienestar. Si has dejado que tu enojo se convierta en amargura, puedes librarte de ello por medio de reconocer que la amargura es pecado. Por medio de mostrar misericordia, y no tratar de lastimar a otros desquitándote con ellos, y por medio de practicar el perdón. La amargura es una cosa muy dañina. Pobres vidas llevan aquellos quienes son controlados por la amargura. Vamos a orar. Padre, si algún problema he tenido en mi vida, quizás este es el que más me ha molestado: la amargura. La vida es demasiada corta y demasiada importante para que las personas la pasemos con tan deprimente problema como lo es la amargura. Padre, te pido que nos recuerdes de los tres pasos que hemos estudiado hoy para que cuando venga el deseo de guardar amargura en nuestras vidas, tengamos los instrumentos necesarios para alejarla de nosotros. Gracias te damos por tu Palabra que nos da lo necesario para equiparnos contra tales males, como este de la amargura. En el nombre de Jesús oramos. Amén.

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