Escritura
He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá. Habacuc 2:4 Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá. Romanos 1:17 (porque por fe andamos, no por vista); 2 Corintios 5:7
El justo por la fe vivirá; Habacuc 2:4 y Romanos 1:17. Así es como Dios explica el vivir del cristiano. Nosotros caminamos por fe y no por vista, según 2 Corintios 5:7. Esa es la respuesta del cristiano en cuanto a la revelación de Dios. ¿Puede el cristiano andar por la fe? Sí, puede. ¿Debe el cristiano andar por la fe? Sí, debe. ¿Cómo puede el cristiano andar por la fe? Pues ese es el tema de nuestro estudio hoy. Ya hemos visto que, para andar por fe, el cristiano debe entender lo que significa fe. La fe es el creer que Dios lo puede todo, es el deseo que Dios actuará y es una seguridad de que Dios está actuando ahora mismo todo lo que ha prometido. Dicho entendimiento es el primer paso para andar por la fe. En segundo lugar, el que desea andar por fe debe esperar el hecho de que su fe será probada. La vida de fe no está excluida de las dudas, las pruebas y los desafíos del creer; es todo lo contrario. El momento en que una persona resuelve vivir la vida de fe, el diablo le retará. En vista de que la fe significa confianza y dependencia en Dios, satanás probará al creyente para ver si en realidad confía y si es posible, hará lo que está a su alcance para que el creyente no siga confiando. Las pruebas de tu fe indican la realidad de Satanás, no una decisión mala de confiar en Dios, ni la debilidad de tu confianza. Pruebas de fe vienen muchas veces cuando menos las esperamos. Marcos 4:35-41 nos relata las pruebas que vinieron sobre la fe de los discípulos de Jesús cuando fueron sorprendidos en el mar de Galilea por una tormenta. Jesús estaba durmiendo tranquilamente y la tormenta fue tan poderosa que aún los marineros de experiencia temían por sus vidas. Con gran miedo, los discípulos despertaron a Jesús y le dijeron: “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?”. Jesús se levantó y reprendió al viento y al mar diciendo: “Calla, enmudece’. Inmediatamente el viento cesó y el mar se calmó. Viendo Jesús a los discípulos les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados?, ¿Cómo no tenéis fe?”. Ellos asombrados, sólo podían decir: “¿Quién es este que aún el viento y el mar le obedecen?”. Hacer que se calmara la tormenta fue un gran milagro, fue una prueba severa para la fe de los discípulos, pero el contexto histórico en que ocurrió lo hace aún más interesante. Jesús y los discípulos, poco antes de cruzar el mar de Galilea, habían participado en el milagro de darle de comer a una gran multitud de personas por medio de multiplicar el almuerzo que un niño había traído consigo. El poder de Jesús fue manifiesto cuando causó que unos cuantos panes y pececillos se multiplicaran de tal forma que 5000 hombres, además de mujeres y niños, lograran comer. Había sido un gran milagro; seguramente había inspirado la fe de los discípulos. Pero inmediatamente después los discípulos se encontraron con la prueba de la tormenta; ¿podrían confiar todavía? No te sorprenderás cuando es probada tu fe. Tales pruebas les vienen a todas las personas de Dios. Por ejemplo, Dios les dio un hijo a Abraham y Sara cuando tenían 100 años y 90 años respectivamente. Después de un matrimonio largo, tal vez de unos 70 años, ellos estaban sin hijos. Entonces, de acuerdo a su promesa, Dios les dio un hijo. Algunos años después, Dios ordenó a Abraham a ofrecer en sacrificio a su único hijo, Isaac. El triunfo siguió a la prueba. Otra vez, con una gran demostración de poder, Dios sacó a su nación, los israelitas, de Egipto. 10 plagas habían caído sobre la tierra al mandato de Dios, una columna de fuego y una nube guiaba al pueblo en su viaje. Era un tiempo de observar a Jehová. Esa gente había salido de Egipto con un espíritu de alegría y triunfo. En Hebreos 11:27 podemos leer algo en cuanto a ello: “Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible”. No habían viajado mucho, casi ni habían salido de la tierra de Egipto cuando la fe de ellos fue retada. En su campamento junto al Mar Rojo, se dieron cuenta de que el faraón les perseguía. Clamaron a Dios frenéticamente pidiendo su protección, acusaron a Moisés de haberle llevado por mal sendero; pero no sirvió de nada. Debieron haber confiado en Jehová; Él es fiel. La fe no se vuelve inválida al ser retada. Dios permanece fiel para siempre. El Nuevo Testamento nos cuenta de un incidente que nos da una ilustración de la misma verdad. La joven iglesia neotestamentaria había recibido divino poder el día de Pentecostés cuando el Espíritu Santo había bajado sobre ella. Antes había trabajado en silencio con temor, pero ahora de repente se había vuelto valiente en propagar el Evangelio. En un solo día, 3000 personas habían sido añadidas a la comunidad cristiana. ¡Qué victoria! Los discípulos deben haberse regocijado en Dios, alabándole por su gran poder. El triunfo, sin embargo, fue retado. Saulo de Tarso llegó a la escena como el perseguidor sin misericordia de los cristianos. Hechos 8:1 y 3 dice: “En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; (…) y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel”. Una prueba vino después del triunfo, tanto en tiempos del Nuevo Testamento como en tiempos del Antiguo. Será así también en tu vida. Las pruebas de fe comúnmente vendrán en lugares fuera de lo normal. La fe es llamada a confiar en áreas de nuestras vidas en las cuales nunca había sido necesario confiar anteriormente. Si los discípulos únicamente habían estado en una situación de no tener alimentos, después de haber visto a Jesús darle de comer a las multitudes, no les hubiera costado confiar en Jesús para proveer lo necesario. Pero al estar atrapados en una gran tormenta, lejos de la tierra, al mar abierto, fueron lanzados a una situación en la cual no habían tenido que confiar en Él. No debemos esperar que todas las pruebas que nos van a venir vengan de la misma forma o manera. La fe es probada muchas veces sin que sepamos los resultados. Los discípulos debemos confiar en Jesús aún sin saber si es que va a calmar la tormenta. Debemos confiar en Él, aunque el barco se hunda. Es fácil confiar después de los acontecimientos; cuando la oración ya es contestada es fácil confiar, cuando el problema ha sido resuelto es fácil confiar, pero ¿Qué del confiar cuando uno no sabe cuál va a ser el resultado? Ese es el ejercicio de una fe madura. ¿Qué podemos aprender de los versículos que leímos anteriormente? Bueno, en primer lugar, debemos aprender a no sorprendernos cuando nuestra fe es puesta a prueba. En segundo lugar, debemos aprender a esperar que nos venga una prueba grande después de una victoria espiritual. En tercer lugar, debemos aprender a confiar en Dios en áreas de nuestra vida en que no confiábamos antes. En cuarto lugar, debemos aprender a confiar en Dios sin pedirle que nos demuestre los resultados de antemano. Y, en quinto lugar, debemos aprender que Él es el mismo en tiempo de prueba al igual que en tiempo de victoria. Debemos siempre confiar en Dios. Acordémonos siempre que el confiar en Dios es la altura del sentido común santificado. El dudar es necedad. El término común para la palabra fe, en el griego, es ‘confiar en’. El término en el hebreo es ‘soportar o fundación’. Debemos confiar en Dios porque Él es la fundación de nuestras vidas. Proverbios 3:5 y 6 nos dice: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas”. Así es como se vive por la fe. Oren conmigo, por favor. Padre, te damos gracias por este estudio. Muchas veces nos desanimamos por nuestra falta de fe. Ayúdanos a confiar en ti en todo momento. Ahora comprendemos que nuestra fe va a ser puesta a prueba. Cuando esto sucede, deseamos confiar en ti, aunque no miremos el resultado. Gracias otra vez por permitirnos tomar otro paso en nuestro crecimiento espiritual. En el nombre de Jesús te damos las gracias. Amén.
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