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Siendo Como Jesús
Hijo De Dios
Pastor - Ricardo Robinson
(Centro De Vida)
Aired on Jul 08, 2022
Jul 02, 2022
Duración:
00:14:32 Minutes
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Escritura

Mateo 3:17; Apocalipsis 1:8

Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. Mateo 3:17 Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso. Apocalipsis 1:8

En Mateo 3:17, encontramos las palabras: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. Con estas palabras, Dios el Padre aseguró a Jesús de Nazaret, de la relación mutua que había entre ellos. Él quería que todos los hombres supieran que había una relación especial, entre Jesús y Él. De hecho, Dios deseaba que Jesús tuviera un testimonio de su relación personal con Él. Y esto nos trae al quinto estudio de esta serie de mensajes sobre ser como Jesús. Si quieres ser como Jesús, tienes que ser un hijo de Dios. Quiero aclarar algo muy importante antes de continuar, la relación de Jesús con Dios como Hijo, es algo singular y muy especial. Ninguna otra persona podrá llegar a ser hijo en esa misma manera. Jesús es el unigénito del Padre. Jesucristo vivió mucho tiempo antes de su nacimiento, Él siempre ha sido Dios, aún antes de existir los tiempos; siempre será Dios por toda la eternidad. En Apocalipsis 1:8, Jesús dice que “Él es el Alfa y la Omega, principio y fin, el que es y que era, y que ha de venir, el Todopoderoso”. Según Hebreos 13:8, Jesús “es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Eso no se puede decir de ningún hombre mortal; sólo se puede decir de Jesús. El Hijo unigénito de Dios.   Pero nosotros somos hijos de Dios también, si es que hemos recibido a Cristo como nuestro Salvador. El apóstol Juan escribió en Juan 1:11-13, “A los suyos vino, y los suyos no les recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. En 1 Juan 3:1-2, Juan escribe: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios. Amados, ahora somos hijos de Dios, y sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es”. Si vamos a ser como Cristo, tendremos que reconocer nuestra relación con el Padre, y vivir a la luz de esa realidad. Un hijo lleva la naturaleza de su padre. En ese sentido Jesús era el hijo ideal de Dios. Filipenses 2:6 nos enseña que “Jesús, antes de tomar forma humana, tenía forma de Dios”. Según Hebreos 1:3, Jesús es “el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, sentado a la diestra de la Majestad de las alturas”. Mientras que Jesús estuvo aquí en la tierra en su cuerpo físico, Colosenses 2:9 nos enseña, que “en Él habitaba corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. Jesucristo llevó la naturaleza del Padre Celestial, de tal forma, que pudo decir, con toda verdad: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre, yo y el Padre, uno somos”. Como hijos de Dios, nosotros también llevamos la naturaleza de nuestro Padre celestial. 2 Pedro 1:3 y 4, nos dice: “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, por medio de los cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”. Recibimos nuestra naturaleza humana cuando nacimos de nuestros padres humanos; pero recibimos nuestra naturaleza divina, cuando nacimos de Dios, al recibir a Jesús en nuestro corazón. Es cierto, un hijo también obedece la voluntad de su padre. En esto Jesús nos ha dado magnífico ejemplo. Él entró al mundo, según Hebreos 10:9, diciendo: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad”. La vida entera de Jesús fue marcada con ese deseo. Juan 5:30, dice: “No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre”. En Juan 6:38, Jesús dijo: “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”. Quiero acordarte, que aun cuando la voluntad del Padre era que Jesús muriera en la cruz, Él estuvo dispuesto a obedecer. En Mateo 26:42, encontramos aquella frase famosa de Jesús que señala su obediencia, hasta el punto de dar su vida: “Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tú voluntad”. Como creyentes en Cristo, debemos estar también entregados por completo a la voluntad de Dios. Nuestra meta debe ser siempre, entender la voluntad de Dios para nuestras vidas. Como cristianos, no debemos pasar nuestros días, buscando satisfacer los deseos de nuestra carne, sino hacer la voluntad de nuestro Padre que está en los cielos. Te digo que es un privilegio hacer la voluntad de Dios con todo nuestro corazón. La oración de Pablo para sus hermanos en la fe era que estuvieran firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quisiera. Conste que no debemos tener temor de la voluntad de Dios. Pero en 1 Juan 5:3, nos enseña que “sus mandamientos no son gravosos”. Como el salmista en el Salmos 40:8, debemos decir: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado”. Un hijo goza del compañerismo con su padre. Alguno de los momentos más gratos de mi vida, han sido aquellos en que he pasado a solas con mis hijos. Momentos en que pasamos unas experiencias especiales. Jesús se deleitaba en la presencia personal del Padre Celestial. En Juan 8:29, Él dijo: “Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada”. Su relación con Dios, no se limitaba únicamente a este mundo. Él dijo en Juan 8:42, “Yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que Él que me envió”. El amor entre el Padre y el Hijo era un amor eterno. En un momento de comunión Santa con el Padre en oración, según Juan 17:24, Jesús dijo: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo”. El compañerismo entre el Dios, Padre, y Jesucristo, el Hijo, ha sido un amor eterno y perfecto. Esa misma comunión está a nuestra disposición. 1 Juan 1:3, nos dice: “lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo”. Conocer este tipo de compañerismo, es conocer la verdadera felicidad. Además de todo esto, un hijo hereda los bienes de su Padre. Jesús reconoció esta verdad, y la expresó en Lucas 10:22, diciendo: “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre”, También dijo en Juan 16:15, “Todo lo que tiene el Padre es mío”. No lo podía haber declarado con más claridad. Jesús sabía que, como Hijo de Dios, Él sería dueño de todo lo que su Padre tenía. Aunque sea increíble, la misma verdad es pertinente a nosotros. Romanos 8:16 y 17, dice: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo”. Por eso es que Pablo pudo escribir en 1 Corintios 3:21-23, “Todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios”. 2 Pedro 1:3, dice: “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia”. Para ser como Cristo, uno debe ser un hijo de Dios. Y uno llega a ser un hijo de Dios, únicamente por medio de arrepentimiento y fe personal, en Cristo Jesús como su propio Salvador. Hoy puedes confiar en Él, y nacer a la familia de Dios, para ser hijo de Él, si tan sólo te arrepientes y le recibes como tu Salvador. Vamos a orar. Padre, gracias te doy por haberme adoptado a tu familia. Cada día deseo ser más como mi Señor Jesús. Ayúdame a honrarte con mi vida, así como Jesús te honró. Porque te lo pido en el nombre de Jesús. Amén.

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