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Como Mantener El Fuego - Parte II
Continúa Orando
Pastor - Ricardo Robinson
(Centro De Vida)
Aired on Nov 10, 2021
Nov 09, 2021
Duración:
00:14:32 Minutes
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Escritura

2 Corintios 5:17-20; Romanos 12:11.

De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. 18 Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; 19 que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. 20 Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. 2 Corintios 5:17-20 En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor. Romanos 12:11

2 Corintios 5:17-20 nos dice: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que somos embajadores en nombre de Cristo”. El creyente tiene nueva vida en Cristo, su nueva vida es expresada por medio de servir a Dios. El ministerio de la reconciliación, y la palabra de reconciliación, han sido entregadas al nuevo creyente y es su deber llevarlas a cabo como embajador, en el nombre de Cristo. El servir a Dios con un espíritu entusiasta, hará reflejar el brillo que señala el espíritu único del verdadero creyente. Ahora viene el problema de mantener ese brillo, de esa nueva vida en Cristo Jesús ¿Cómo lo mantenemos? Romanos 12:11 nos dice: “En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor”. Esto quiere decir que, si vamos a mantener ese brillo en nuestra vida espiritual, tendremos que ser celosos en nuestro servicio a Dios. El texto que terminamos de leer nos da tres principios que nos ayudarán a brillar y mantener ese brillo. En primer lugar, tendremos que concentrar todos nuestros esfuerzos y energía al servicio de nuestro Señor. No debemos ser perezosos. En segundo lugar, debemos estar llenos siempre con un entusiasmo que viene de tener el privilegio de conocer personalmente, y poder servir al Señor Jesús, debemos ser fervientes en espíritu. Y en tercer lugar debemos abandonar cualquier interés que tenemos en nosotros mismos, en nuestra devoción al Señor. Debemos encontrarnos sirviendo siempre al Señor. Investiguemos ahora el primero de estos principios, para mantener el brillo en nuestras vidas debemos concentrar nuestras energías al servicio de Dios. El versículo nos dice “En lo que requiere diligencia, no perezosos”. La palabra perezoso nos indica una persona que no tiene ánimo de trabajar; prefiere no hacerlo; no desea ejercer energía ni hacer un esfuerzo para servir a Dios; de hecho, es una persona holgazana. El ser perezoso demuestra un espíritu de ¿Qué me importa a mí hacia las responsabilidades, que Dios le ha encomendado? ¿Qué me importa a mí, si Dios me ha dado esta responsabilidad? El consejo de Dios es que no seamos nosotros así, como obrero del Señor no debemos ser perezosos. Conste que no estoy hablando de su trabajo secular tampoco, estoy hablando acerca de su servicio en los negocios del Señor, y ¿Cuál es ese negocio en el cual el cristiano debiera estar energéticamente metido? Nuevamente le explico no estamos hablando de su trabajo secular, que desarrolla uno para el mantenimiento de su persona o la de su familia, aunque la Biblia sí nos enseña que el cristiano debe cumplir con su trabajo secular honradamente también, pero en esta ocasión estamos hablando de ser diligentes en servicio a Dios. Y este servicio lleva en sí el sentir de perseverancia, duro trabajo y esfuerzo continuo. El significado de lo que hablamos se puede ver en Hebreos 6:11 y 12, que nos dice: “Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la esperanza, a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas”. En 2 Pedro 1:5 encontramos el sentir de esfuerzo continuo al leer: “Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento” etc. El no ser perezosos en nuestro servicio a Dios, significa que llegaremos a ser negligentes de nuestras responsabilidades y que seguiremos fieles en nuestro continuo esfuerzo de servir a Jesucristo. El llamado es de servicio diligente, no holgazanes en nuestro trabajo espiritual, y fervientes en nuestra devoción a Dios y a los asuntos de Él. Esta denominación de no ser perezosos es reflejada por el Antiguo Testamento también, Eclesiastés 9:10 nos dice: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas” Al obedecer ese imperativo divino, llenamos el requisito de Gálatas 6:9 que nos dice: “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos”. El que es agricultor puede entender con facilidad el principio involucrado, porque él trabaja largas horas; y esas horas se convierten en días; y esos días en semanas; y esas semanas en meses; y antes de que él pueda recibir la cosecha de su largo y arduo trabajo. Pero esto sí, si va a recibir una buena cosecha tendrá que trabajar ardientemente, casi sin descanso. De igual manera, nosotros los cristianos no debemos cansarnos en nuestros esfuerzos de cultivar diligentemente el evangelio, para una buena cosecha de almas. Santiago 5:7 y 8, nos dice: “Por tanto hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Porque la venida del Señor se acerca”. Debemos ser diligentes en nuestro servicio, porque no estamos sirviendo a cualquier persona, estamos sirviendo a Jesucristo, el Rey de Gloria, y esto es un precioso honor y privilegio que tenemos como cristianos; servimos al Dios del universo; con todas nuestras energías; con gozo en el corazón y con incesante devoción, debemos gastar nuestras vidas en servicio a Él. Adiós con las inactividades; adiós con el perder el tiempo; adiós pereza y malas ganas; la pereza y actividades a medias no tienen lugar en el servicio al Señor. Él merece nuestro mejor, y Él es digno de más de lo que nosotros podemos brindar. Él es digno de nuestra totalidad. No es suficiente dar al Señor lo mejor que tenemos, debemos darle lo mejor que podemos llegar a ser. Debemos cultivar nuestros talentos, y desarrollar el ejercicio de nuestro don espiritual para servir más efectivamente a Dios. Tengamos cuidado, y no seamos negligentes. Si comenzamos a ser negligentes en áreas de estudio bíblico, la oración, la adoración pública y el servicio cristiano, seguramente perderemos el brillo de Dios en nuestro espíritu. Cuando llevamos a cabo a nuestros servicios a Dios con algo de rechazo o de mala gana; cuando dejamos nuestro servicio a medio palo, nuestro brillo se opacará. El servicio es al celo, lo que el combustible es al fuego. Entreguémonos por completo al servicio de Dios; si las personas nos aplauden, sirvamos a Dios; si nos ignoran, sirvamos a Dios; si nos ayudan, sirvamos a Dios; si se oponen a nosotros, sirvamos a Dios; sirvamos a Dios como siervos deseosos de hacer su voluntad en nuestras vidas, porque es entonces cuando brillaremos con la gloria de aquél quien vino a servir y no a ser servido, dando su vida en rescate de muchos. El apóstol Pablo sentía gran alegría al llamarse Pablo, siervo del Señor Jesucristo. No puede haber título de más honra, ni de más prestigio; el ser esclavo de Jesús es conocer libertad a lo máximo. La profesión primordial de nuestra vida debe ser la de ser buen cristiano. Hay cristianos fieles en casi cada fase de la vida. Me acuerdo el testimonio de un jugador profesional de futbol, quien también era cristiano, él dijo: “Yo no soy un jugador de futbol y cristiano por casualidad, más bien soy un cristiano que por casualidad juega el futbol”. Él tenía sus prioridades a la perspectiva correcta: primero somos cristianos, y después somos maestros, vendedores, mecánicos, etc. La vida transformada no sirve de una manera enfermiza, sirve con entusiasmo, energía y poder, se deleita en servir a Dios; y está contenta de abandonarse a sí misma con el fin de llevar el evangelio hacia adelante. El Señor Jesucristo no merece menos que esto; no aceptará menos que esto. Romanos 12:1-3, dice: “Así que hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, y agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno”. 1 Pedro 4:11, nos dice: “Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén”. Ojalá todos tengamos la voluntad de aplicar estos principios a nuestro diario vivir en servicio a Jesús, porque nuestra efectividad en ministerio espiritual dependerá de fidelidad que mostramos en seguir el consejo de Romanos 12:11; en lo que requiere diligencia, no perezosos, fervientes en espíritu, sirviendo al Señor. Vamos a orar. Padre una vez más nos presentamos a ti para darte gracias por este día. Espero que hoy hayamos tenido el privilegio de hacer algo para tu honra y tu gloria. Espero que no hayamos sido perezosos en esparcir la buena nueva de Jesucristo al mundo; y si hemos fracasado hoy, ayúdanos con tu poder para no desperdiciar el día de mañana, porque eso es lo que haremos, sino testificamos de nuestro Señor. En el nombre de Jesús oramos. Amén

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