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May 01, 2025 06:00am
El Día que Todo Cambió
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Hace once años, el peso de un vacío insoportable me abrumó hasta llevarme a un colapso emocional. Aunque en realidad fue un proceso lento, sentí como si mi mundo se viniera abajo de la noche a la mañana. Un día tenía sueños, entusiasmo, emoción y ambiciones que impulsaban mi carrera y mi vida personal; al siguiente, desperté con una inquietud que me carcomía, exhausto física y emocionalmente.

Intenté salir adelante por mis propios medios. Ese día tomé el camino largo hacia el trabajo. El aire frío entrando por las ventanas abiertas de mi pequeño Kia Rio rojo y el sol brillando entre las ramas secas de los árboles deberían haberme revitalizado. Pero no fue así. Mientras admiraba la majestuosidad de la creación durante ese recorrido por caminos rurales, mi tristeza se profundizaba.

“No importa”, pensé. Aún tenía mi trabajo, con tareas y responsabilidades que podrían distraerme. Quizá la rutina laboral podría anestesiar ese vacío que me invadía. Pero mientras asistía a las reuniones de la mañana y revisaba incontables correos electrónicos, me di cuenta de que cualquier rastro de motivación me había abandonado. No tenía nada que dar. Pedí ayuda para cubrir y reprogramar mis citas y escribí a mi equipo avisándoles que me ausentaría el resto del día.

En el camino de regreso, no tomé las carreteras secundarias. En cambio, subí el volumen de la radio y me incorporé a la autopista I-49 en dirección norte. Parecía que todas las estaciones de radio se habían puesto de acuerdo para empeorar mi ánimo. Cambiaba de emisora: la de rock no tenía suficiente energía, la de pop sonaba predecible y las noticias de NPR me resultaban indiferentes. Presioné el botón de búsqueda automática buscando algo nuevo. Terminé escuchando música country mexicana por un rato, hasta que, casi sin querer, sintonizé a un predicador en la radio (algo que rara vez hacía en ese entonces). Era el programa Truth for Life de Alistair Begg.
Escuché mientras este predicador escocés explicaba la Biblia de manera tan clara y profunda que algo se movió dentro de mí. ¡Necesitaba verlo con mis propios ojos!

Al llegar a casa, saqué de la repisa una Biblia de estudio de aplicación personal (NVI), de cuero marrón bicolor, que mi tío me había regalado cuando tenía 14 años. Tenía tanto polvo que tuve que limpiarla con una toalla húmeda.

Me senté en el solario y leí hasta que cayó la noche. ¡No podía creer lo mucho que me atrapó la Palabra de Dios! Yo había renunciado a la “cristiandad” años antes, en mi tercer año de secundaria. Había leído la Biblia solo para debatir y aparentar sabiduría. Pero ese día, cuando mi corazón se rebeló sin razón aparente, la Biblia cobró vida para mí.

Avanzando en mi historia, eventualmente regresé a la pequeña iglesia bautista a la que me había unido cuando estaba en secundaria. Por curiosidad, me preguntaba si, al igual que con la Biblia, me había perdido de algo en mi inmadurez juvenil. ¿Puedes creer que encontré exactamente eso? Aprendí a mantener un descubrimiento guiado por el Espíritu a través de la Palabra de Dios. Descubrí lo que realmente me había estado faltando: no solo conocimiento, sino una vida transformada por el poder de Su Palabra.

Por eso es tan importante el estudio bíblico. No es simplemente un ejercicio académico; es la manera en que Dios nos habla. Oro para que tú también descubras esa misma alegría, profundidad y renovación a través de la Palabra de Dios. Todo empieza con una pregunta sencilla: ¿Qué dice la Biblia? 📖

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