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Aquí, en el campo, decimos mucho “cuidado por dónde pisas”. Nunca sabes qué vas a encontrar en la suela de tus zapatos al final del día. Puede ser venado, pavo, coyote, mapache, perro, vaca, caballo… tú lo nombras, y ellos lo dejan ahí, sin ninguna advertencia. Ayer, mientras paseaba a los perros por el sendero, sentí algo aplastarse bajo mi zapato.
Me estremecí.
¡Por favor, que no sea lo que creo que es!
Pero al levantar el pie, me alivió ver que solo era un caqui, una fruta originaria de Japón.
¡Uf! ¡Qué alivio! Muchos días, tienes que lavar los zapatos con manguera antes de entrar a la casa. La cantidad de cosas que uno arrastra durante el día es realmente desagradable.
Al continuar nuestra lectura en el Evangelio de Juan, los fariseos envían a algunos hombres a preguntarle a Juan quién era. Habían escuchado acerca de sus enseñanzas y los bautismos que estaba realizando. Querían saber quién era y bajo qué autoridad estaba haciendo estas cosas.
Le preguntaron específicamente si él era el profeta del que habló Moisés en Deuteronomio, si era Elías, o incluso el Mesías. Pero Juan les respondió utilizando las Escrituras de Isaías: “Dijo: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.” (Juan 1:23).
Entonces, ¿quién era Juan?
Ese era el problema que Juan quería que ellos entendieran. Estaban enfocándose en la cosa equivocada… o mejor dicho, en la persona equivocada. Estaban fijados en Juan cuando debían estar enfocados en el tema de las enseñanzas de Juan.
En Juan 1:26-27, leemos:
«Juan les respondió diciendo: Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Este es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado.»
¿Sabes qué es lo que me llama la atención? La forma en que Juan describe quién es este hombre.
Los zapatos.
En aquellos días, los caballos, burros, camellos, ovejas, bueyes y cabras caminaban por los mismos caminos que la gente. Puedes imaginarte cómo estaban las calles para caminar. Por lo tanto, naturalmente, los pies de las personas eran la parte más sucia de su cuerpo. Juan elige el acto más humilde, desatar la correa de un zapato, para mostrar su indignidad.
Si Juan no era digno, ¿qué nos queda a ti y a mí?
Imagina el camino que has recorrido, el desorden por el que has pasado, la suciedad que se aferra a ti. Y, sin embargo, así como Jesús lo hizo con los discípulos, Él lava las partes más sucias de nosotros.
No soy digno de su amor. Pero aun cuando estaba en medio de mi pecado, Cristo decidió morir por mí y lavar esos pies sucios. (Romanos 5:8)
Juan no declaró quién era él, sino que puso el enfoque en quién venía.
Jesús.
El Mesías.
El Hijo de Dios.
El Santo.
El Salvador.
Redentor.
El Cordero de Dios, digno.
A quien ellos no conocían…
¿Y tú?
¿Conoces a este hombre, el Hijo del Dios viviente? ¿Conoces a Jesucristo? No solo tener conocimiento de Él, sino una relación íntima, una rendición de tu voluntad a Él.
Juan lo conocía. Y se postró ante el Rey, con su rostro a Sus pies.
¿Harás tú lo mismo?
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