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Te amo.
Esas palabras salieron antes de que me diera cuenta, pero al mismo tiempo, era cierto. Shaun y yo solo llevábamos saliendo unas pocas semanas cuando solté esa gran bomba.
Yo sabía que él sería el hombre con el que me casaría. Él era todo lo que había soñado. Lo sé, eso suena tan cliché, como si fuera sacado directamente de una canción de Joe Cocker. En solo unas pocas semanas, este hombre me mostró que era un padre maravilloso, que Cristo era lo primero en su vida, lo que significaba divertirse y servir al Señor, cómo volver a reír, y me mostró respeto y amabilidad como nunca antes había experimentado.
Y aunque estaba lista para casarme al igual que él, aún no era el momento.
Durante dos años, aprendimos mucho el uno del otro, cómo manejar juntos las situaciones difíciles de la vida, cómo respondemos a la tragedia y al triunfo, y creció nuestro aprecio por los dones y talentos de los demás.
En la noche en que finalmente me propuso matrimonio, esas dos pequeñas palabras «Te amo» se habían convertido en algo mucho más profundo, algo mucho más que emoción. Tomaba un nuevo significado cada vez que decía las palabras.
Mientras estaba de pie ante el altar pronunciando mis votos, tener y sostener, amar y apreciar, en la enfermedad y en la salud… no solo estaba repitiendo las palabras. El amor y la admiración que sentía por mi esposo eran verdaderos y me comprometí a amarlo mientras ambos viviéramos.
«Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo.» (Mateo 16:20)
Los discípulos acababan de escuchar a Pedro declarar que Jesús era el Mesías, el mismo Hijo de Dios. ¿Te imaginas lo que estaba pasando por su corazón y su mente? Eufóricos, abrumados por la alegría, ¡estos hombres estaban listos para contarle al mundo!
Ese día llegaría, pero todo a su tiempo.
¿Por qué no podian decirlo?
Estos hombres eran judíos. Habían oído las profecías de la venida del Mesías desde que eran niños. Ellos lo habian estudiado y sabian que eran verdad.
«Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto.» (Isaías 9:6-7)
«Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido.» (Daniel 7:13-14)
Ahora recuerda, si eras judío durante este tiempo, estabas bajo el gobierno romano. ¡Sentían la opresión de Roma y querían la libertad! Amaban estas escrituras porque hablaban del Mesías como el Rey y el que establecería Su reino y reinaría. Ellos ya no serían oprimidos. ¡Serían libres del horrible gobierno romano! ¡Estaban listos para que su Rey cabalgara y derrotara y destruyera a los romanos!
Entonces, cuando los discípulos acababan de darse cuenta de que Jesús era verdaderamente el Mesías, al escuchar a Pedro proclamarlo, ¡ellos también estaban listos para proclamarlo! Pero aunque las palabras serían ciertas, todavía no entenderían todo. Jesús les dijo que aún no era el momento porque tenían mucho que aprender. Su mensaje de «El Mesías había venido» sonaría muy diferente en 3 años en comparación con lo que sonaría ese día. Definitivamente tendrían un mensaje para compartir, pero necesitaban entender lo que significaba en un nivel más profundo.
Su tiempo perfecto nos permite crecer en conocimiento, sabiduría, discernimiento y amor.
Si estás en la espera en este momento, amigo mío, considéralo un privilegio, ¡porque el Señor está obrando algo aún mayor en ti!
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