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“Haz grande Su nombre.”
Siempre me ha causado un poco de incomodidad esta frase, pero no creo que sea incorrecta. Permíteme explicarlo.
El nombre de Dios ya es grande por virtud de su carácter. De hecho, Él es el ser más grande que existe. No podemos agregarle nada para hacerlo más grande de lo que ya es.
Si no podemos aumentar la grandeza de Dios, entonces, ¿por qué decimos: “Haz grande Su nombre”?
Durante la temporada de Navidad, nuestra familia lee y escucha los pasajes bíblicos tradicionales sobre el nacimiento de Cristo. Uno de ellos es el Magnificat, el cántico de María después de que el ángel le anuncia la encarnación de Cristo. Ella comienza diciendo:
«Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; santo es su nombre» (Lucas 1:46-49, RVR1960).
María dice que su alma engrandece al Señor. Esto me recordó una experiencia reciente en el oftalmólogo.
He llegado a la edad de cuarenta y un años sin necesidad de usar lentes o lentes de contacto. No tengo problemas para leer libros de cerca ni para ver los letreros mientras manejo. Nada me parece borroso.
Pero un día, acompañando a mi hijo a su examen físico para deportes, él tuvo que hacer una prueba de la vista. Yo estaba a su lado cuando le pidieron que leyera la línea inferior del cartel optométrico. Naturalmente, intenté leerla también, y de repente me di cuenta de que ¡no podía distinguir las letras!
Eso me llevó a visitar al oftalmólogo para un chequeo.
No sentía que las líneas inferiores del cartel fueran tan difíciles; podía entrecerrar los ojos y adivinarlas. Pero después de algunas pruebas, el doctor me mostró esas mismas letras con una prescripción adecuada.
¡Asombroso! Las letras eran más nítidas y grandes. Eran las mismas letras de antes, pero ahora estaban magnificadas. Podía leerlas claramente, sin entrecerrar los ojos ni fruncir el ceño.
Las letras no habían cambiado. Simplemente aparecían más grandes y claras ante mis ojos.
Así es cuando magnificamos a Dios o hacemos grande Su nombre.
No lo cambiamos ni lo hacemos mejor de lo que ya es. Cuando magnificamos a Dios, nos ayudamos a nosotros mismos y a otros (por el poder del Espíritu Santo) a verlo más claramente, tal como realmente es.
Hacer grande el nombre de Dios agranda Su carácter ante los ojos de nuestro corazón, para que exclamemos como alguien con nuevos lentes: “¡Ah, ahora veo!”
Cuando miramos algo a través de una lupa, de repente podemos ver detalles que antes pasábamos por alto, y nos asombramos de la complejidad del objeto. Así sucede con hacer grande el nombre de Dios: cuando lo magnificamos, vemos atributos como su amor, su poder o su misericordia de maneras que antes no notábamos. Esto nos lleva, como a María, a adorarlo con asombro y gratitud, y a compartir con otros el conocimiento de su grandeza.
«Engrandeced a Jehová conmigo, y exaltemos a una su nombre» (Salmos 34:3, RVR1960). Hagamos grande el nombre de Dios en nuestras vidas y entre las naciones.
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