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Hay algo sobre este abrazo.

Es un abrazo que calma nuestra alma cansada, disuelve nuestros problemas y nos da seguridad para el futuro. La sensación de los brazos de un ser querido a nuestro alrededor cuando estamos asustado, o los bracitos apretados alrededor del cuello porque están emocionados de verte…los abrazos acortan la distancia entre dos corazones y crean momentos hermosos.

Si somos honestos, todos necesitamos un gran abrazo de alguien en algún momento de nuestra vida. Y, a veces, no podemos esperar hasta el día en que podamos ver a un padre, abuelo o nieto y abrazar su cuello si ha pasado mucho tiempo. Esos momentos en los que finalmente llegamos a verlos, y corremos físicamente, envolvemos nuestros brazos alrededor de ellos… ¡Hombre, qué día!

José ha esperado con ansias este día y pensó que nunca llegaría, el día en que volvería a ver a su padre y a su hermano Benjamín. Ha estado separado de su familia durante tanto tiempo, y después de muchos años, Joseph se reencuentra con su padre.

«Y José unció su carro y vino a recibir a Israel su padre en Gosén; y se manifestó a él, y se echó sobre su cuello, y lloró sobre su cuello largamente. Entonces Israel dijo a José: Muera yo ahora, ya que he visto tu rostro, y sé que aún vives.» (Génesis 46:29-30)

Solo pensar en esta reunión me hace llorar. Qué fuerte y significativo debe haber sido ese abrazo.

Sin reprimir sus emociones, José lloró. ¡No lo culpo! ¡Finalmente está viendo a su padre después de tantos años!

Yo también lloraré.

Creo.

Quiero decir, que no puedo imaginar cómo será el que algún día envuelva con mis brazos el cuello de mi Padre Celestial.

Me regocijaré cuando pueda volver a abrazar a mi familia en esta tierra.

Estaré emocionado de ver y abrazar a mi papá en el cielo algún día.

Pero para encontrarme con mi Salvador, el hombre que dio su vida por mí,

El que se preocupa tan profundamente por mí,

el que conoce cada uno de mis pensamientos y todavía me ama…Solo puedo imaginarme asombrado por Su genialidad y humillado en Su presencia que podría ser capaz de moverme.

Ni siquiera puedo imaginar que podría hablar o hacer un sonido, ¿qué le diría al Rey de Reyes?

Y sin embargo, ahí estaré. Esperando. ¡Y luego, quizás, Él correrá hacia mí y envolverá Sus brazos de gracia, paz y seguridad a mi alrededor!

Anhelo esta reunión con mi Padre Celestial.

¿Tu también?

¿Realmente deseas el momento en que conocerás a tu Salvador?

¿O estás aterrorizado de lo que Dios dirá cuando lo veas cara a cara?

En un momento de mi vida, lo imaginé de una manera totalmente diferente. Podía ver todos mis pecados expuestos ante mí. Pude ver una gran división entre Dios y yo. Estaría ante Él con toda mi inmundicia y harapos.

Y no hubo conexión física.

No había brazos abiertos que me dieran la bienvenida en Su fuerte pecho.

Había oscuridad y dolor.

Había vergüenza y arrepentimiento.

Hubo dolor e ira.

Pero eso fue antes de que entregara mi vida a Jesús.

Todos estaremos ante Dios algún día. Y aunque mis pecados son muchos, y verdaderamente vergonzosos, Cristo los llevó con Él al Calvario.

Mis pecados me han ganado la muerte.

Una separación eterna de Dios.

Pero en el momento en que Jesús derrotó a la muerte en la cruz, mis pecados fueron pagados en el pasado, presente y futuro. Y Él nos ofrece un regalo de salvación, y si creemos en Él, podemos acercarnos a Dios Padre con un manto blanco, ya no en nuestra inmundicia y harapos.

«Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Su justicia me cubre. Somos lavados por la sangre de Jesús.»

Al aceptar a Jesús como mi Salvador, puedo estar seguro de que Dios me recibirá con los brazos abiertos.

Y va a ser el mejor abrazo de todos.

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