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Oct 30, 2024 06:00am
Uniendo adoración y propósito
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Una de las preguntas más grandes y profundas de la vida; es una pregunta sobre propósito…

“¿Por qué existo? ¿Por qué estoy aquí?”

A lo largo de la historia, los filósofos han intentado responder esta pregunta, pero no lo han logrado completamente. Músicos, filósofos y poetas han escrito canciones y poemas intentando encontrar la respuesta. Si eres joven, este tema del propósito puede parecer abrumador, me imagino que piensas: «Debo encontrar la respuesta o ser lanzado a este océano sin un salvavidas».

Y si alguien —a través de sus palabras, acciones o actitudes— te ha dicho que no tienes valor, que no importas o que, si desaparecieras hoy, nadie lo notaría, entonces necesitas una respuesta a esta pregunta y aquí está.

Tu propósito en la vida es glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre.

La razón por la que respiras, la razón por la que Dios te conoce por nombre y te formó en el vientre de tu madre, la razón por la que tomas aliento en este momento es para glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre.

¿No suena muy emocionante, verdad? Parece un poco genérico, ¿no? Seguramente mi propósito es más profundo que eso. ¿Me estás diciendo que la razón por la que estoy aquí es para glorificar a Dios, y que mi propósito es el mismo que el de la persona sentada al lado mío?

Quizás pienses:

Glorificar a Dios no suena suficiente; es demasiado simple.

o bien,

Parece uno de esos clichés cristianos que se pegan en el auto: bonito en teoría, pero poco práctico o útil.

o,

Eso no es suficientemente específico. Mi propósito debería parecerse más al “sueño americano”: escalar la escalera educativa, emprender algo propio, proveer para mi familia, tener las cosas que deseo, retirarme cómodamente, y que mis hijos repitan el proceso.

Educación, carreras, familia, provisión: estas son cosas nobles. Son metas buenas y fantásticas. Todos debemos esforzarnos por proveer a nuestra familia y cuidar de nuestros hijos. PERO estas cosas no son el propósito para el cual fuimos creados. Fuimos creados para glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre.

Todo lo demás es periférico, temporal; cosas que finalmente caerán como la madera, el heno y la paja. Cuando intentamos encontrar nuestro propósito en esas cosas, es como construir nuestra identidad sobre una casa de naipes. No se necesita mucho para que se derrumbe. Basta con algo como un problema de salud, un hijo rebelde o la pérdida de un trabajo. Cuando las cosas que convertimos en el tejido mismo de nuestras vidas se desmoronan, terminamos sin nada; nuestro propósito desaparece.

Entonces comenzamos a evaluarnos y a pensar: He perdido mi propósito, quizás no tengo valor… Y entonces, cosas como la depresión, la ansiedad, el miedo e incluso pensamientos suicidas pueden comenzar a surgir.

Por eso necesitamos darnos cuenta de que nuestro propósito está en las cosas eternas, no en las cosas temporales de este mundo. Glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre es un propósito que durará por toda la eternidad.

De hecho, Dios diseñó que toda la vida, desde el principio hasta el final, se trate de darle gloria. Es el tema aquí y ahora, y será el tema después de que muramos. Al final del libro de Apocalipsis, cuando los santos y ancianos están reunidos alrededor del trono de Dios en el cielo, no dicen: “Gloriémonos en este lugar; gloriémonos en las calles de oro; gloriémonos en que ya no hay más dolor, enfermedad ni tristeza, y en que estoy con mis seres queridos”. Nada de eso está escrito. En cambio, están alrededor del trono diciendo: “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir”. Ese es el propósito del cielo.

Pero, ¿cómo glorificamos a Dios aquí y ahora? Si tan solo hubiera alguien a quien pudiéramos ver como ejemplo, alguien que lo hizo bien, que comprendió perfectamente lo que significa glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre. Hay una sola persona que lo hizo: Jesús. Si hubo una persona que caminó por esta tierra y vivió esta idea, que encarnó lo que significaba glorificar a Dios, fue Él.

En Juan capítulo 17, Jesús está orando a Dios, su Padre, antes de ir a la cruz. Él dice: “Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo para que también tu Hijo te glorifique a ti” (Juan 17:1b). En otras palabras, sabía que había llegado el momento de sufrir la ira de Dios por los pecados de todos los que creerían en Él y morir en su lugar, el sufrimiento y angustia más extremos que una persona podría experimentar. Pero estaba listo. Estaba listo porque este era su propósito. Su propósito desde la eternidad era para este momento, redimir un pueblo para sí mismo, un acto que traería gloria suprema a su Padre.

Él continúa diciendo: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese” (Juan 17:4). Todas las sanidades, todos los demonios expulsados, la alimentación de miles, el convertir el agua en vino y el resucitar a los muertos, todo fue para demostrar que era el Hijo de Dios y así dirigir a las personas hacia su Padre, trayéndole gloria. Jesús comprendió que su propósito completo era glorificar a Dios. Entonces, cuando Jesús dice en Mateo 5:16 “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”, Él es el ejemplo perfecto de esto.

Si has pensado: “De acuerdo, ahora entiendo mi propósito, pero ¿cuál es el medio que uso para realmente glorificar a Dios?”, aquí tienes tu respuesta: la adoración.

La adoración es una de esas palabras que con el tiempo se ha vuelto confusa. Empezamos a asociarla con algo que no fue el diseño de Dios. Por definición, adorar significa atribuir valor a algo.

Adoración se usa en dos formas diferentes, como sustantivo o verbo. En estos días, en la iglesia, la adoración se limita a la forma de sustantivo. “Voy al servicio de adoración hoy”. Lo que decimos es: Voy a un evento que anoté en mi calendario. Repetimos lo mismo que la semana pasada. O cuando decimos: “Me encantó la adoración hoy”, probablemente estamos hablando de las canciones. Es fácil ir a un lugar y hacer una cosa, pero la adoración nunca fue pensada para ser un sustantivo; fue pensada para ser un verbo.

La palabra griega para adoración es *proskuneo*, una postura de reverencia ante el Señor. Es una postura del corazón. Nos humillamos ante el Señor, nos inclinamos ante nuestro Creador, reconocemos que somos menos y Él es mucho más grande. Nos acercamos como lo hizo Isaías en el capítulo seis de su libro, donde, siendo uno de los hombres más santos, dijo: “¡Ay de mí! Que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.” (Isaías 6:5).

¿Te imaginas el cambio en nuestras vidas, en las vidas de nuestros hijos, en las vidas de aquellos a quienes discipulamos, si viéramos la adoración no como un sustantivo, sino como un verbo?

¿Te imaginas el poder transformador en nuestros corazones al entender que la adoración no se trata de paredes, del sistema de sonido, de luces, de canciones o de tradiciones, sino de venir ante un Dios santo y adorarlo activamente desde el corazón?

En tiempos del profeta Malaquías, el pueblo estaba pasando por lo mismo. Dios había establecido un sistema de sacrificios de animales para expiar el pecado del pueblo. El animal debía ser puro, sin defecto, lo mejor; debía costarles algo. Pero traían animales enfermos, sin dedicar realmente su corazón a la adoración, simplemente cumpliendo con un ritual. Dios dijo: “¿Quién también hay de vosotros que cierre las puertas o alumbre mi altar de balde? Yo no tengo complacencia en vosotros…” (Malaquías 1:10).

Al igual que ellos, olvidamos que, cada día, en cada lugar, en cada acto, Dios debe ser glorificado. Toda la vida se trata de adorar a Dios. Como dice el himno antiguo: “Propenso a vagar, Señor, lo siento; propenso a dejar al Dios que amo. Aquí está mi corazón, tómalo y séllalo; séllalo para tus cortes celestiales”.

Y cuando comenzamos a ver nuestro propósito con otros ojos, todo lo que Dios nos ha dado lo utilizamos para glorificarlo a Él. Encontramos nuestra mayor alegría y paz. Finalmente hallamos el sentido y valor que viene de entender y vivir nuestro verdadero propósito: glorificar y disfrutar al gran Dios del universo.

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