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Hay algo increíblemente hermoso en el agua que fluye.

Si hay una cascada alrededor, necesito verla.

Si hay un arroyo o un riachuelo, quiero estar en él. Quiero recorrerlo y explorar su fuente. Cuando era niño, después de una fuerte lluvia, caminaba por nuestras calles y jugaba en el agua que corría a través de las zanjas hacia el arroyo más cercano.

En la Biblia, alguien más también se sintió atraído por el agua. Su nombre era Moisés.

“ Efectivamente, el faraón se enteró de lo que había ocurrido y trató de matar a Moisés. Pero Moisés huyó de Faraón y se fue a vivir a la tierra de Madián, y se sentó junto a un pozo.” Éxodo 2:15

En aquellos días, un pozo era una de las únicas fuentes de agua dulce, por lo que era un lugar concurrido. Los pastores con sus rebaños venían a beber. Las mujeres vendrían a sacar agua para sus familias. Muchos matrimonios ocurrieron porque hombres y mujeres se encontraron en el pozo.

Era fuente de vida y de nuevos comienzos. Y eso era exactamente lo que Moisés estaba buscando.

Jesús le habló a una mujer en un pozo una vez. Juan registra este encuentro en Juan 4:4-26. La mujer vino buscando agua física para saciar su sed temporal pero Jesús le ofreció agua que duraría para siempre.

Jesús es el agua de vida.

¿Cuántas veces hemos estado tan sedientos de respuestas, de esperanza o de saber la verdad? Así como Moisés y la mujer samaritana, debemos buscar agua viva. Hoy, tomese un tiempo para sentarte junto al pozo. El agua nunca se seca.

Abra su Biblia y vea el amor, la paz y la comprensión que brotan de las páginas en su alma.

Jesús es la fuente de la vida.

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